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EE.UU-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) A las doce en punto del mediodía, tal como manda la tradición, Barack Obama puso su mano derecha sobre la Biblia, la misma que se utilizó en la investidura de Lincoln en 1861, y juró el cargo de presidente de Estados Unidos, convirtiéndose en el 44º de la historia del país.

La euforia se disparó entonces entre los más de dos millones de personas que se calcula que vivieron en las calles de Washington el acontecimiento histórico. Muchos de ellos, llegados de punta a punta del país, llevaban horas desafiando el frío —los termómetros bajaron hasta los -10º C de madrugada— para poder conseguir un buen puesto.
Al mismo tiempo que sonaban las salvas militares se derramaron miles de lágrimas en el Mall, la explanada que se extiende a los pies del Capitolio. La emoción embargaba muy especialmente a los ciudadanos afroamericanos, que vieron cómo se cumplía un sueño que muchos creyeron que no verían nunca con sus propios ojos: la investidura de un presidente negro.
Incluso al propio Obama, de carácter tranquilo y sangre fría, le pudo la emoción y se trabó a la hora de repetir el juramento que administró el juez Robertson, el presidente del Tribunal Supremo.

Asumir responsabilidades
Tras su solemne promesa, el nuevo presidente realizó su discurso de inauguración, que duró unos 20 minutos. Su tono y contenido no fue muy diferente al mensaje que Obama ha repetido una y otra vez tras su elección: la necesidad de que todos los norteamericanos asuman sus responsabilidades y trabajen codo a codo para superar un periodo crítico.
«Los desafíos que tiene planteados nuestro país son serios. No será fácil, ni será rápido, pero los superaremos», dijo Obama. El político afroamericano reconoció que existe en algunos sectores «la sensación de que el país está en declive, que las próximas generaciones vivirán peor», pero se mostró confiado en que, como en otras ocasiones de crisis, el país resurgirá. «Debemos empezar el trabajo de rehacer los EEUU».
En un discurso con un marcado tono patriótico, Obama rindió homenaje a los antepasados que han luchado por la libertad del país, desde los patriotas que libraron la guerra de Independencia, a los caídos en la II Guerra Mundial. «éste es un país de luchadores… su grandeza no ha sido concedida, sino que ha sido ganada a pulso».
Obama delineó cuáles serán las prioridades de su administración, como la recuperación de la economía, la expansión del sistema de sanidad, y la consecución de la independencia energética. Aunque la mayoría de su discurso estuvo centrada en cuestiones internas, tambien tuvo palabras para aquellos ciudadanos de otros paises que seguían el evento por televisión.

‘El mundo ha cambiado’
El nuevo jefe de Estado aseguró estar dispuesto a trabajar con otros países en el logro de objetivos comunes. «Nuestro poder, por sí solo, no puede protegernos», dijo, al tiempo que reconoció que «el mundo ha cambiado y debemos cambiar con él».
Como símbolo de la «nueva era de paz» que anunció desde la tribuna, Obama proclamó que «América es amiga de todas las naciones que aman la paz», y aseguró que el país «está preparado para liderar, una vez más». Pero tambien dirigió un mensaje a los grupos terroristas hostiles a EEUU: «Nuestro espíritu no puede ser roto, os vamos a derrotar».
Unos minutos despues de terminar su discurso, y tras haber escuchado las notas del himno de los EEUU, Obama, ya como flamante presidente, abandonó la tribuna, acompañado de su predecesor, el ex presidente George W. Bush, a quien agradeció durante su plática «el servicio hecho al país», y «su cooperación en el proceso de transición».
Se ponía así fin a una ceremonia que había empezado unas dos horas antes, con un concierto en el que participaron, entre otros, la banda de los Marines, y el coro de los San Francisco Boys. A esa misma hora, el presidente Bush y la primera dama, Laura Bush, invitaban al matrimonio Obama a un café en el que pronto sería su nuevo hogar, la Casa Blanca.

El fin de la era de Bush
La parte más solemne de la ceremonia comenzó a las 11.30 hora local —17.30 hora peninsular—, cuando Barack Obama y Joe Biden, así como George W. Bush, llegaron al Capitolio. Joe Biden fue el primero en ser investido como vicepresidente, recibiendo el traspaso de poderes de parte de su predecesor en el cargo, Dick Cheney, una de las figuras más controvertidas (por no decir odiadas) de la administración Bush.
Un cuarto de hora después, Obama puso fin con su juramento a la presidencia de Bush, que la gran mayoría del pueblo norteamericano valora como un gran fracaso. El resto del mundo ya hacía muchos años, antes incluso de su reelección en 2004, que había llegado a esa misma conclusión.
En parte, ese rechazo que despierta Bush explica la tremenda ilusión que tiene puesta en el nuevo presidente la ciudadanía estadounidense. Ahora bien, su tarea no será nada fácil, pues muchos historiadores creen que, con una recesión económica y dos guerras inacabadas, este es el momento más crítico para el país desde la II Guerra Mundial.
Mañana las celebraciones serán historia, y Obama deberá trabajar muy duro para responder a las altas expectativas que ha generado en su propio país y en buena parte del resto del planeta
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