MINA SAN JOSÉ, 28/08/2010 (Agencias, El País/ ProtestanteDigital.com)
Uno de los tragos más duros que han tenido que asumir los mineros es que el rescate no va a ser inmediato. «Hemos podido decirles más o menos que no vamos a poder estar con ellos antes de las fiestas patrias [el bicentenario se celebrará el 18 de septiembre], pero sí antes de Navidad. Es un periodo bastante amplio como para que no pierdan la esperanza», dijo el ministro.
El pasado 24 de agosto a las seis de la tarde (media noche en la España peninsular), el presidente de Chile, Sebastián Piñera, contactó con Luis Urzúa, el jefe de turno de los 33 mineros. Cuando Piñera le preguntó qué necesitaban, Urzúa, que aún no sabía ni sabe que el rescate se prolongará unos tres meses, dijo: «Necesitamos que nos rescaten lo más pronto posible, que no nos abandonen».
La batalla va a ser dura. Pero si hay algún sitio en el mundo donde la gente pueda estar capacitada para superar este tipo de trance, esa es la región de Atacama, donde se encuentra la mina San José.
UN HOMBRE DE FE Y CURTIDO
Le llaman don José sus compañeros y lo presentan así: «El hombre tiene altos conocimientos espirituales, que la verdad es que en estos momentos nos han ayudado mucho a todos». Y no es hablar por hablar: a la situación de tensión común a todos, se añade que varios de los 33 mineros atrapados desde el 5 de agosto sufren problemas psicológicos por la situación o tienen lesiones físicas importantes, según han reconocido las autoridades chilenas.
Se trata de José Henríquez, de 56 años y fe evangélica, un minero altamente cualificado, ya que es operador de máquinas perforadoras. Tiene dos hijas de 31; y ya se ha visto varias veces con su vida colgando de un hilo.
Ahora respira a 700 metros bajo tierra, pero sus hijas Karen y Hettiz saben que también saldrá de esta. «En 1986, él estaba en un campamento al pie de la mina, durmiendo con su padre y su hermano, también mineros. Y se les vino de pronto un alud. Despertó al hermano y salieron en pura ropa interior. Muchos mineros amigos de él murieron porque se volvieron a por sus cosas. Y ellos pasaron dos días durmiendo a la intemperie semidesnudos», comenta Hettiz.
«Tiene un carácter muy reservado», comentan sus hijas, «pero siempre está muy preocupado por su familia». Lleva 33 años de minero y 33 años casado. Como cristiano evangélico es un hombre comprometido y practicante de su fe, lo que implica atender a su familia. «Trabaja una semana y descansa otra. Y en cuanto sale de acá, toma el autobús hacia Talca, que es donde vivimos nosotros. Son 17 horas de carretera. Está cinco días, siempre con sus hermanos y con su esposa, y se vuelve. Tenía la intención de dejar la mina porque decía que este cerro estaba malo».
AVANCES CON ALEGRÍA E IMPACIENCIA
Ahora, José Henríquez, aguarda, como los demás, la llegada de víveres, agua y medicamentos. A través de la primera sonda que se abrió ya se les ha enviado colirio para los ojos, ungüentos para la piel, que la tienen afectada por tanta humedad; sopa con sabor a chocolate y cartas de familiares.
El 25 de agosto logró abrirse otra vía de comunicación y a través de ella les llega oxígeno comprimido y comunicación permanente. «Tenemos la suerte de que entre los mineros hay uno, Jhonny Barrios, que tiene conocimientos de enfermería, y él nos está ayudando a tomarles datos médicos a los demás que nos van a servir para saber qué tipo de alimentos y aire tenemos que enviarles», indicó el ministro de Salud.
Urzúa, el minero de 56 años que se encargó de mantener la disciplina en el grupo de los 33 durante los 17 días en que tuvieron que racionar unos alimentos que en condiciones normales solo les habrían durado tres días, ha relatado cómo vivieron el accidente. «Veinte [minutos] para las dos de la tarde se vino el cerro hacia abajo. Nosotros estábamos preocupados por los compañeros que iban saliendo con un camión que iba cargado (…), después llegó el tierral y como en cuatro o cinco minutos no podíamos ver qué es lo que había, en qué situación estábamos. Luego vimos que estábamos atrapados por una enorme roca en toda la pasada del túnel», relató Urzúa en conversación transcrita por El Mercurio.
La conversación con los mineros, así como todos los contactos que se han venido efectuando desde el domingo, ha sido posible gracias al trabajo de un grupo de mineros de la compañía Adviser, quien ofreció su mejor maquinaria. Los especialistas en perforaciones estuvieron durante 17 días lanzando sondas a 700 metros de profundidad, hasta dar con los 33 supervivientes. Unas pasaban de largo, otras se quedaban cortas, otras se desviaban. Y, mientras tanto, nadie sabía si alguno de los 33 seguía con vida. Los expertos aseguraban que las opciones de encontrar a algún superviviente eran del 2%. Al final lo lograron.
En el campamento de la Esperanza, al pie de la mina San José, aún no se ha apagado del todo el ambiente festivo que explotó el domingo cuando se supo que estaban vivos los 33. Por eso, el presidente Piñera le dijo al jefe de los mineros atrapados: «Don Luis, primero que nada quiero decirle: usted no sabe lo que pasó en nuestro país el domingo. En todos los hogares hubo lágrimas de alegría, de emoción». En efecto, en Santiago de Chile, a 900 kilómetros de allí, sonaron los vítores en el metro, en las estaciones de autobuses, en los mercados…
Ahora, se trata de mantener el ánimo y la salud en forma durante todas estas semanas en las que seguirán a oscuras. Será difícil. El ministro de Salud indicó ayer que se han preparado fármacos para hacer frente a posibles depresiones. Las cartas que envían sus familiares, supervisadas por psicólogos, ayudan. «Todo lo que les decimos es de buena vibra, para darle autoestima», dice un hermano del minero Víctor Zamora.
Fuente: Agencias, El País. Edición: ProtestanteDigital.com
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