7 de febrero de 2011, EL CAIRO
Mientras por el escenario político empezaban a desfilar los personajes protagonistas del proceso de transición que empieza a organizarse, en la plaza de la Liberación el pueblo egipcio volvía a pintarse el rostro con los colores de la bandera de su país.
No había líderes en la celebración del Día de los Mártires, una denominación de connotaciones religiosas que servía para marcar en el calendario el domingo, 6 de febrero, como el día del recuerdo de las víctimas mortales de las protestas. Naciones Unidas, que hace unos días daba el dato de 135 muertos, elevó ayer la cifra a más de 300.
«He venido para que todo el mundo sepa que soy musulmán, que mi esposa es musulmana y que un cristiano ha dado su vida por nosotros», explicaba el periodista Ahmed H. Sharkawi. Con la foto de un hombre de ojos azules con cara sonriente y traje de domingo, Ahmed y su esposa Somaya, cuentan, alzando más y más la voz, la historia de Fouad Soliman Asaad. «Tenía 28 años y era nuestro vecino. Era mecánico. El único que trabajaba en una familia de siete personas».
El 28 de enero se fue de su casa en Shubra, un suburbio al oeste de El Cairo, para estar con los manifestantes. Aquella noche la policía egipcia gaseó, disparó y atropelló a los jóvenes que después de la oración musulmana del viernes habían manifestado su deseo de que Hosni Mubarak abandonara el poder. Fouad era uno de ellos. «Su sangre se derramó por nosotros, para que la democracia nos hiciera a todos, cristianos y musulmanes, iguales en una sociedad civil libre».
Hoda el Sharkawy tiene media melena y pasa la cincuentena. Al hombro lleva una flamante bandera que acaba de comprar en uno de los muchos puestos de los alrededores. Busca a quien escuche lo que tiene que decir porque se siente avergonzada. «¿Dónde está la gente de mi generación? ¿Qué hicimos durante todos estos años?», explica apresurada. «Me da vergüenza que no hayamos sido capaces de hacer en toda nuestra vida lo que los jóvenes están haciendo. No me fui del país porque no podía, pero me habría gustado hacerlo», dice apresurada conteniendo el aliento.
«Mírame, soy musulmana y no llevo pañuelo. He pasado todos estos días en casa viendo por televisión cómo mataban a nuestros hijos y escuchando que los islamistas se alzaban para derrocar el régimen. Pero yo solo veía a jóvenes muriendo por la democracia. Siendo masacrados por nuestra libertad», dice El Sharkawy.
La mujer no puede contener el llanto mientras repite lo avergonzada que se siente de no haber hecho nada. Por eso ayer madrugó, no quería que nadie «secuestrara el significado de esa sangre derramada». Se negaba a aceptar que un Gobierno, una religión o un partido político pudiera sacar provecho de la historia que su generación «nunca se había atrevido a protagonizar».
© Protestante Digital 2011
Este articulo esta bajo unalicencia de Creative Commons..