MADRID, (Cristianos.Com) «Los Garabatos de Dios» es el tercer libro que saca a la luz Olga Bejano, una mujer valiente, luchadora y fuera de lo común. Olga Bejano lleva más de 20 años sin poder hablar, ni escribir, respirando artificalmente y comiendo a través de una sonda. En “Los garabatos de Dios”, continúa mostrando su profundo deseo de vivir y narra su experiencia con Dios con lo cual comunica la riqueza que surge de una fuerza interior cultivada en la fe y la esperanza.
Olga Bejano Domínguez nació en 1963 y fue decoradora de interiores por la escuela de Artes y Oficios de Logroño y fotógrafa profesional por el C.E.I. de Madrid. Trabajó seleccionando niños para fotografía publicitaria y como asesora de imagen en una campaña electoral. En 1987, una enfermedad neuromuscular empezó a paralizar lentamente todo su cuerpo. Aun así, escribió artículos relacionados con la vida y la enfermedad.
En su primer libro, «Voz de papel», narró su convivencia con la enfermedad, su peregrinación por todos los hospitales, y su respuesta a las preguntas que un diagnóstico como el suyo suscita. El libro fué publicado por «Sal Terrae» en 1997, diez años después de comenzar a escribirlo.
A finales de 1995, dice ella misma, «mi ‘voz de papel’ se quebró y ya no podía escribir con una letra legible; así nacieron mis famosos garabatos: escribo apoyando mi mano paralizada en mi pierna derecha y con impulsos de la pierna muevo la mano». Gracias a estos movimientos casi imperceptibles inventó su propio sistema de comunicación perfectamente traducible al abecedario. Su enfermera interpreta lo que aparentemente son unos simples garabatos. Gracias a ellos escribió también el enorme éxito editorial Alma de color Salmón y, ahora, Los garabatos de Dios.
Olga sólo puede ver unos segundos cuando le levantan un párpado y no puede hablar ni escribir. A los 23 años, todo se complicó: «Me pronosticaron seis meses de vida, los cuales se han convertido en veinte años de propina divina», dice Olga. Entonces decidió que «no podía esperar a la muerte de brazos cruzados» y explica que su producción literaria es fruto de su «oración constante».
A través de sus páginas, dice Olga, «el lector puede sentir los temores, las luchas, el agotamiento, los momentos buenos, los malos y cómo sentí la presencia de Dios». Todo esto, añade, «sin acritud, sin amargura, con sentido del humor en muchos casos, aunque también con buenas dosis de sinceridad, pero ante todo llena de esperanza».
Esta mujer ha dado forma literaria, para poder animar a otros en su situación, a lo que experimentó tras la rebeldía ante la enfermedad lo cual resume diciendo: «El alma es más fuerte que el cuerpo».
«Desde que descubrí a Dios me sucede algo similar a cuando una persona se enamora: me levanto pensando en él, durante el día pienso en él y al acostarme, cuando más relajada estoy, en la oscuridad y el silencio es cuando él se siente mejor para hacerse oír. En la oración lo que cuenta no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Dios hace en nosotros durante ese tiempo».
Su vida de oración no la exime de un sufrimiento atroz: «Cuando rezo le pido fuerzas a Dios para que me ayude a llevar una cruz que cada día pesa más y que ya ha pasado por las tres fases: al principio era ligera, como si fuera de plástico; luego se transformó en madera y desde hace 14 años, me parece de hierro».
El segundo libro, «Alma de color salmón», tardó dos años y medio en escribirlo y otros dos en publicarlo. En él, dice «hablo poco de mi cuerpo y en cambio abro mi alma». El título alude a la metáfora del salmón que remonta el río nadando contracorriente. Fue publicado por «Libros Libres» en 2002.
Olga Bejano ha expresado, una y mil veces, ante el controvertido tema de la eutanasia, que no desea ser manipulada ni a favor ni en contra. Que comprende la dificultad de cada persona: «Como a cualquier ser humano, no me gusta sufrir. Respeto y entiendo a las personas que solicitan la eutanasia. A mí, en más de una ocasión, me han dado ganas de tirar la toalla, pero ahora sé que si sigo aquí es por algo, porque ocasiones para fallecer las tengo un día sí y otro también. Mi deseo es poder llegar al final con la calidad de vida que vaya precisando y con dignidad y que sea Dios quien decida cuándo ha llegado mi día y mi hora».
Por esta razón se propone «luchar por los derechos de los enfermos, por el derecho a servicios de salud más humanos e integrales», así como «la dignificación del enfermo como un ser completo en sí mismo y con aportes que hacer a la sociedad». Y exhorta: «En vez de hablar de ‘muerte digna’, se debieran ofrecer ayudas para facilitar la ‘vida digna’».
«Para mí, cada día que tengo de vida es una propina y un milagro. Entiendo que, procesos de enfermedad larga, crónica y cruel, hagan que algunos enfermos se desesperen pero, en mi caso, mi cuerpo cada día me va diciendo que lógicamente no voy a más joven, ni a más sana; siento que el final cada día está más próximo. Si veinte años se me han pasado en un suspiro, el final sólo Dios sabe lo que va a durar pero seguro que me llegará cuando menos lo espere», dijo hace unos meses.
Aludiendo a una experiencia personal de encuentro con Dios, explicaba su postura ante el encuentro definitivo: «Cuando me vuelva a ver de nuevo en el túnel de luz, le diré a mi guía: ¡Otra vez estoy aquí!. Me dijiste que la próxima vez que nos viéramos no tendría que volver. Aquí de nuevo estoy, pero esta vez traigo hechos los deberes».
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